Cinco meditaciones sobre la belleza by François Cheng

Cinco meditaciones sobre la belleza by François Cheng

autor:François Cheng [Cheng, François]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: 13insurgentes
publicado: 2006-01-01T00:00:00+00:00


Recojo crisantemos junto a los setos del Este.

De repente, despreocupado, vislumbro el monte del Sur.

La versión traducida no transmite, desgraciadamente, más que la primera interpretación del dístico, que tiene doble sentido. En efecto, en el segundo sentido, el verbo «vislumbrar» es jian. Ahora bien, ese verbo, en chino antiguo, también significaba «aparecer», de modo que ese segundo verso puede tener otra lectura. En lugar de «De repente, despreocupado, vislumbro el monte del Sur», puede leerse «De repente, despreocupado, aparece el monte del Sur». Sabemos que el monte del Sur —el monte Lu— sólo entrega todo el esplendor de su belleza en el momento en que súbitamente se desgarra la niebla. Aquí, gracias al doble sentido del verso, asistimos a la escena: hacia el anochecer, el poeta se agacha para cortar crisantemos junto a los setos del Este; al levantar la cabeza, he aquí que vislumbra la montaña; pero, como lo sugiere el verso, su acto de captar la vista de la montaña coincide con la aparición misma de la montaña, que, al desprenderse de la bruma, se ofrece a su vista.

Resulta que, por una feliz coincidencia, la palabra «vista» también tiene doble sentido en francés (vue): la vista del que mira y la vista del objeto mirado. Así, en el caso presente, ambas vistas se encuentran para formar una perfecta adecuación, un milagroso estado de simbiosis, y todo ello de un modo despreocupado, como en un estado de gracia. El poeta no es un turista que aguarda ansioso un instante propicio para tomar la fotografía de la montaña; sabe que, si bien busca encontrar la montaña para vivir su belleza, también es su interlocutor inesperado.

Acabamos de dar un paso hacia la idea de una belleza que implica un entrecruzamiento entre una presencia que se ofrece a la vista y una mirada que la capta, idea próxima al «quiasma» propuesto por Maurice Merleau-Ponty, al que volveré más adelante. La pregunta de antes vuelve a surgir: ¿Cómo, no hay una belleza objetiva? ¿Es preciso que una mirada la capte para que exista? Mi respuesta, inmediata, sería: La belleza objetiva existe; pero mientras no es vista, es en vano. Sin embargo, no nos conformemos con esta respuesta, tratemos de ir hacia una visión más fundamental dando un rodeo por la pintura china.

El lector habrá admirado sin duda esas pinturas chinas de paisaje en que se encuentra, en alguna parte, un personaje de dimensiones minúsculas. Para un aficionado occidental, cuyos ojos están acostumbrados a mirar obras en que los sujetos se ven representados en primer plano y el paisaje queda relegado al segundo plano, ese personaje está completamente perdido, inmerso en el gran todo. No es así como la mente china capta la cosa. El personaje en el paisaje siempre está juiciosamente situado: está contemplando el paisaje, o tocando la cítara, o conversando con un amigo, pero al cabo de un momento, si uno se detiene en él, acaba poniéndose en su lugar y dándose cuenta de que es el eje alrededor del cual se organiza y gira todo el paisaje.



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